Si en “La La Land” Damien Chazelle le rendía tributo a la era de oro del musical norteamericano, en “Babylon” cae a los pies del tiempo del cine mudo. La película del director francoestadounidense expresa en pantalla una colección de excesos de los años 1920, donde se creía que todo era posible y sin consecuencias, de un tiempo desmesurado y atravesado por lo descomunal, como es su filme y su elenco.
La producción que se estrenará hoy en la Argentina (y en Tucumán) deslumbra por la puesta en escena y las actuaciones y ha recibido decenas de nominaciones en la temporada de premios; sin embargo, la cosecha no ha sido la esperada (sólo su director musical Justin Hurwitz obtuvo el Globo de Oro a la mejor banda sonora, y en los Critics Choice Awards ganaron Florencia Martin y Anthony Carlino por el deslumbrante diseño de producción).
Le queda aún la gran ilusión de la revancha en los Oscar, esa fiesta en la que se anunció ganadora a mejor película a “La La Land” hace seis años cuando la estatuilla era para “Luz de Luna”.
“Babylon” habla de tres expectativas distintas: la de la aspirante a actriz Nellie LaRoy, interpretada por una sólida y elogiada Margot Robbie (sobre quien recae una larga lista de abusos de sustancias, sexo y deseos); la estrella en declive cuando acecha el cine sonoro Jack Conrad a cargo de Brad Pitt y el incipiente actor de origen hispano Manny Torres, que se desliza en las penumbras como un simple asistente de rodaje pero buscando su oportunidad de llegar a la luz de los reflectores, con Diego Calva en ese rol. El elenco se completa con Olivia Wilde, Tobey Maguire, Jean Smart, Li Jun Li y Jovan Adepo, entre muchos más.
“Es una carta de amor y al mismo tiempo una carta de odio o de crítica a la industria”, aseguró Chazelle a la prensa europea en tiempos de su estreno en París. Lo cierto es que la “fábrica de sueños” no es para todos, sino que son muchos los que se quedan en el camino, olvidados, rechazados, reprobados o simplemente excluidos.
El universo de personajes que pasa de opulenta celebración a otra más lujosa (si es posible), que desafía a la naturaleza como si no hubiesen consecuencias (como cuando Robbie pretende luchar contra una serpiente), que mira todo desde la impunidad del poder, describe a una clase determinada que jugaba con el mundo en el período entreguerras, que derivó en los absolutismos más brutales de la historia contemporánea.
Para registrar ese tren a toda velocidad que iba rumbo a un abismo, el director le imprime un ritmo desenfrenado a su filme, atravesado por el lujo y la impunidad, hasta que algo se rompe y todo decanta. La realidad, en definitiva, toma por asalto a la ilusión de la fiesta perpetua, que en sí misma es una muestra de decadencia. Despertar del sueño de la felicidad sin final ni costo a pagar se presenta como una caída dura contra el piso más firme, de esas que es difícil recuperarse.
Hace nueve años, Chazelle sorprendió con “Whiplash”, seguida por “La La Land” y luego vino “First Man” sobre Neil Armstrong, el primer hombre en la Luna. Ese camino evidencia que escapa a los encasillamientos estéticos. Confesó que su deseo en “Babylon” fue registrar un tiempo desconocido: “quizás era más brutal, un poco más violento, un poco más siniestro, pero también más cómico; hay algo rico y complejo en esa época que me inspiró”. “Hace 100 años que venimos diciendo que el cine morirá en breve, o que ya murió, pero el cine y el arte son una historia de muerte y renacimiento, son ciclos”, concluyó.